Después del incidente con la cafetera y el caos en el trabajo, Juan decidió que necesitaba un poco de normalidad en su vida. Y qué mejor manera de lograrlo que haciendo algo tan mundano como lavar la ropa.
“Esta vez será diferente”, se dijo a sí mismo con determinación mientras reunía sus prendas sucias en una cesta. Salió de su apartamento y se dirigió hacia el cuarto de lavandería del edificio, esperando que esta vez no terminara en un desastre.
Pero, por supuesto, el universo tenía otros planes.
Al llegar al cuarto de lavandería, Juan descubrió que todas las máquinas estaban ocupadas. “No hay problema, solo tengo que esperar un poco”, se dijo a sí mismo, tratando de mantener la calma. Se sentó en una silla cercana y sacó su teléfono para distraerse mientras tanto.
Sin embargo, la espera se convirtió en una prueba de paciencia cuando una máquina después de otra terminaba su ciclo y los ocupantes no aparecían para sacar su ropa. Juan se preguntaba si el tiempo se había detenido en ese pequeño cuarto, o si el universo estaba jugando una broma cruel con él.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, una máquina quedó libre. Juan se levantó rápidamente, casi tropezando con su propia prisa, y metió sus prendas en la máquina. Agregó detergente con cuidado, asegurándose de no cometer ningún error esta vez.
Con un suspiro de alivio, cerró la puerta de la máquina y seleccionó el ciclo de lavado. Pero justo cuando estaba a punto de presionar el botón de inicio, una señora mayor entró corriendo en el cuarto de lavandería.
“¡Oh, lo siento! ¡Mi máquina está rota y necesito lavar esta colcha urgentemente!”, exclamó, señalando una colcha voluminosa que llevaba en brazos.
Juan sintió que su determinación se desvanecía rápidamente. “No hay problema, puedo esperar”, dijo cortésmente, sintiendo que su ropa recién lavada estaba ahora en riesgo.
Pero la señora no parecía dispuesta a esperar. Sin más preámbulos, abrió la puerta de la máquina de Juan y arrojó la colcha dentro, ignorando por completo sus protestas.
“¡Mi ropa!”, exclamó Juan, horrorizado mientras veía cómo su camisa favorita y sus pantalones se mezclaban con la colcha en un torbellino de espuma y detergente.
La señora le dirigió una sonrisa alegre. “¡Oh, no se preocupe! La colcha es solo un poco grande, pero todo debería estar bien”, dijo antes de salir corriendo, dejando a Juan con su ropa perdida en acción.
Resignado a su destino, Juan se sentó en una silla cercana y miró con desesperación cómo su ropa daba vueltas en la máquina. “Nunca más intentaré hacer algo normal”, murmuró para sí mismo, preguntándose qué más le depararía el día.
0 Comentarios