El Despertar de un Desastre Ambulante



El Despertar de un Desastre Ambulante





El despertador sonó con una insistencia que solo puede ser descrita como cruel y poco misericordiosa. Juan trató de ignorarlo, hundiendo su cabeza bajo la almohada como si pudiera ahogar el sonido, pero su esfuerzo fue en vano. Con un suspiro resignado, finalmente se arrastró fuera de la cama, sintiéndose más como un zombi que un ser humano viviente.


“Otro día, otro dólar”, murmuró para sí mismo mientras se arrastraba hacia el baño. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera alcanzar la puerta, tropezó con algo en el suelo y se estrelló de bruces contra el suelo frío.


“Genial, incluso la gravedad está en mi contra hoy”, se quejó mientras se levantaba, frotando su frente dolorida. Parecía que el universo había decidido jugar en su contra desde el momento en que abrió los ojos.


Después de luchar con la ducha, que decidió que era el momento perfecto para escupir agua helada en lugar de tibia, Juan se vistió con la primera ropa que encontró en su armario. “Bien, al menos parezco un náufrago moderno”, pensó mientras se miraba en el espejo, notando que sus pantalones estaban del revés y su camisa tenía una mancha sospechosa de lo que parecía ser salsa de tomate.


Bajó las escaleras hacia la cocina con la esperanza de encontrar algo de consuelo en una taza de café. Pero, como era típico en su vida, se encontró con que la cafetera se había rebelado contra él, derramando café por todas partes menos en la taza.


“¡Esto es ridículo!” exclamó, mirando con desesperación la escena de desastre frente a él. “¿Qué más podría salir mal hoy?”


Justo en ese momento, el timbre de la puerta sonó, y Juan sintió que algo dentro de él se hundía. “Oh no, seguro que es el cartero con una entrega urgente que tengo que firmar”, se lamentó en voz alta mientras corría hacia la puerta.


Pero en lugar del cartero, se encontró con su vecina, la Sra. González, una mujer mayor y amable que siempre parecía tener una sonrisa en su rostro. “¡Buenos días, Juan! ¿Cómo estás hoy?”, saludó con entusiasmo.


Juan trató de sonreír, pero su cara todavía estaba marcada por la serie de desgracias matutinas. “¡Oh, hola, Sra. González! Solo otro día en el paraíso”, respondió, intentando sonar optimista mientras cerraba la puerta detrás de él.


“Definitivamente voy a necesitar más que una taza de café para sobrevivir a este día”, murmuró para sí mismo mientras se dirigía de regreso a la cocina.


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